Miembros y afiliados de básicamente 2 partidos políticos, en asambleas y reuniones «deciden» quienes de sus miembros pueden ser sus representantes o candidatos para el cargo de presidente.

Los «elegidos» entran en pugnas uno contra otros,  presentan entonces el proyecto de país que le imponen accionistas del mercado y además suelen desprestigiar los más posible al contrario. Mentir y difamarse entre unos y otros se hace favorablemente para sí.

Las promesas de un mejor mañana se convierten en el símbolo por excelencia durante el año electoral. La primera prioridad no es pensar en el ciudadano, es recaudar dinero y seguir en pie de lucha para una pugna que impone mucho dinero. Se está en las (Primarias).

Una vez que se caminó medio país dando de que hablar a medios y reunirse con público pagado, toca la esperada Convención donde (un grupo de conservadores con la potestad de decidir por sobre la voluntad de los ciudadanos imponen mediante voto secreto quien será el futuro candidato del partido y con ello a donde irá a parar el financiamiento recaudado.

Aumenta el show. Ahora es un partido contra otro quién compite por hacer más anuncios publicitarios, se buscará explotar cada debilidad del oponente, mentir  a sobremanera de lo que diga y rebatirle cada opinión. Así será hasta el primer martes de noviembre donde se abran las urnas.

Entrevistas, debates, mítines y todo lo que ayude a recaudar más dinero, será utilizado. Más fondos para la campaña es lo que se necesita, aunque implique más ausencia de principios y valores. Partidarios Republicanos, se harán demócratas y a la inversa. Y detrás de cada publicidad, se sucederán los acuerdos más sucios de cada candidato con sus aliados o financistas privados.

El día de las elecciones todos salen a votar. Es día de “alegría simulada”, pero olvidan muchos lo fundamental. El ciudadano no vota, pero piensa que si. Vive el más puro de los espejismos, tan nítido que amigos dejarán de tratarse y vecinos serán odiados.

Así se repite el proceso hasta el último de los 538 delegados.  Ganará la presidencia y hará fiestas aquellos que alcancen los 270 votos mínimos para ser elegido presidente. Es el momento de dos discursos, uno de Vítores y aplausos, el otro de lamentaciones y fracasos.  

La trampa del entramado:

1- No fue el ciudadano quien eligió su candidato, lo hizo el Caucus.

2- Tampoco fue el ciudadano quién lo aprobó, lo aprueba el Caucus.

3- Menos votó por el candidato, está vez es responsabilidad del compromisario.

4- El colegio electoral fue quien designó en nombre de 300 millones de estadounidenses, al menos 270 votos electorales para dar triunfo al futuro presidente.

5- Siendo dos partidos básicamente en contienda, más de la mitad de los electores que pierden dejan insufacto de ser representados y les toca esperar 4 años más a ver si el éxito llega. Si las medidas del nuevo mandatario no te gustan o no te representan, te atienes a obedecer bajo el principio impuesto de la «ley y el orden».

El resto se conoce y ya es hábito, persiste el fraude, la compra de votos, los favores políticos, los arreglos del mercado, los gremios prometidos y pagados en función del que otorgue los mayores beneficios con dinero, mucho, mucho dinero.

6- El mayor de los fraudes no se dice pero muchos lo saben. EE.UU. posee más de 230 millones de ciudadanos inscritos en el padrón electoral. En las últimas elecciones del 2016,  poco más de 137 millones participaron,  con unos escasos 60 millones por candidato.

7-  La gran verdad de la democracia representativa explota ante los ojos del mundo, cuando 62 millones imponen la voluntad a 300 millones y la ley de leyes, la constitución más enmendada y vieja de la historia sigue sin ser refrendada por el pueblo americano hace más de 400 años.

LPR